Cuento de la Capilla del Diablo
-¡Don Lorenzo!- el grito fue arrastrado por el remolino abrasador de viento norte.
El hombre, sudoroso, seguía cavando la reseca tierra goyana. Se detuvo un instante. Sacó su mugriento pañuelo del bolsillo y se lo pasó por la frente…
-¡Don Lorenzo!- el llamado llegó a sus oídos. Levantó la vista, entrecerrando los ojos. La luz flamígera del sol de verano reverberaba sobre el campo. Y, sobre él, un jinete se acercaba velozmente, en medio de los torbellinos de polvo.
El mensajero llegó y desmontó de un salto:
-¡Su nieta… la Luisa, nicó jue aplastada por un carro que traía tierra y escombros!- dijo con el rostro desfigurado.
Don Lorenzo palideció. Masculló algo en italiano. Arrojó la pala y montó en su cabalgadura… Y ambas figuras se perdieron en el horizonte tembloroso, hacia las casas.
ºººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººº
El rústico y pesado carretón estaba inmóvil. A su alrededor, una muchedumbre. En medio de ella, una niña pequeña yacía sobre el pasto…
“Está muerta” pensó Don Lorenzo… Se acercó, dubitativo, abriéndose camino entre la multitud abigarrada. Se agachó. Acarició la pálida cara de su nieta. Sus ojos se nublaron por las lágrimas, y a través de ellos, entreveía las ruedas del carromato…
Pero, de pronto, la gente lanzó una exclamación de sorpresa… La niña abrió los ojos y dijo:
-Abuelo…- con voz débil.
El hombre levantó su cara hacia el cielo y dijo: -Grazie, Dio!
-¡Milagro! ¡Milagro!- gritaban los campesinos y se abrazaban de alegría.
Él tomó una ramita escribió en el suelo: “1904- Una icca cade soto al caro cargo di terra e per levantar la capilla. Credo e existe Dios Salvador”
Quedaba rubricada la construcción de la capilla de Nuestra Sra. del Buen Consejo, cuya edificación había sido prometida cuando, años antes, se había salvado de morir, junto con su familia, en un naufragio, cerca de las costas del Brasil, durante la travesía hacía América.
ºººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººººº
Ya había comenzado la construcción del templo. Don Lorenzo trabajaba a la par de sus peones…
Era un apasionado de Dante Alighieri y esperaba, ansioso, la llegada de la quemante siesta correntina para sentarse debajo de un paraíso a leer “La Divina Comedia”…
“¡Oh, los que entráis, dejad toda esperanza…!”
Leía tanto la obra, que se sabía de memoria muchos versos… Y, a veces, sin darse cuenta, recitaba el poema, mientras continuaba la obra prometida.
Y llegó el fin de trabajo, pero sucedió lo inesperado…
El infernal viento norte soplaba sobre los campos goyanos. La siesta. Entonces, llegaron los mensajeros, como ocurrió con su nieta… Sin embargo, ahora, se trataba de su esposa. No hubo milagro. Una extraña enfermedad había terminado con su vida.
“A la mitad del camino de nuestra vida
Me encontré con una oscura selva,
Aquel paraje era intrincado…”
ªªªªªªªªªªªªªªª
La depresión se apoderó de Don Lorenzo. Se encerró en el templo, a leer y recitar al Dante. Sus familiares le pedían, inútilmente, que abandonara el encierro; pero, tercamente, obnubilado, él se negaba.
Por las noches, a la luz de un candil, tomaba su pequeño cuchillo, y, como si algo misterioso dirigiera sus manos, tallaba en la madera del altar, ventanas y puertas: dragones, culebras, mujeres libidinosas, rostros alucinados, batracios… un aquelarre artístico, demoníaco…
Don Lorenzo nunca más volvió a su trabajo. Su vida se fue apagando como la luz de su candil. Murió en su prisión recitando los versos del poeta italiano.
ººººººººººººººººººººº
La abandonada capilla sigue en el lugar. Pero casi nadie recuerda a Ntra. Sra. del Buen Consejo. Y por las noches de viento norte, cuando se oye le triste sonido de la campana, los lugareños se santiguan y dicen: ¡La capilla del Diablo!
El hombre, sudoroso, seguía cavando la reseca tierra goyana. Se detuvo un instante. Sacó su mugriento pañuelo del bolsillo y se lo pasó por la frente…
-¡Don Lorenzo!- el llamado llegó a sus oídos. Levantó la vista, entrecerrando los ojos. La luz flamígera del sol de verano reverberaba sobre el campo. Y, sobre él, un jinete se acercaba velozmente, en medio de los torbellinos de polvo.
El mensajero llegó y desmontó de un salto:
-¡Su nieta… la Luisa, nicó jue aplastada por un carro que traía tierra y escombros!- dijo con el rostro desfigurado.
Don Lorenzo palideció. Masculló algo en italiano. Arrojó la pala y montó en su cabalgadura… Y ambas figuras se perdieron en el horizonte tembloroso, hacia las casas.
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El rústico y pesado carretón estaba inmóvil. A su alrededor, una muchedumbre. En medio de ella, una niña pequeña yacía sobre el pasto…
“Está muerta” pensó Don Lorenzo… Se acercó, dubitativo, abriéndose camino entre la multitud abigarrada. Se agachó. Acarició la pálida cara de su nieta. Sus ojos se nublaron por las lágrimas, y a través de ellos, entreveía las ruedas del carromato…
Pero, de pronto, la gente lanzó una exclamación de sorpresa… La niña abrió los ojos y dijo:
-Abuelo…- con voz débil.
El hombre levantó su cara hacia el cielo y dijo: -Grazie, Dio!
-¡Milagro! ¡Milagro!- gritaban los campesinos y se abrazaban de alegría.
Él tomó una ramita escribió en el suelo: “1904- Una icca cade soto al caro cargo di terra e per levantar la capilla. Credo e existe Dios Salvador”
Quedaba rubricada la construcción de la capilla de Nuestra Sra. del Buen Consejo, cuya edificación había sido prometida cuando, años antes, se había salvado de morir, junto con su familia, en un naufragio, cerca de las costas del Brasil, durante la travesía hacía América.
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Ya había comenzado la construcción del templo. Don Lorenzo trabajaba a la par de sus peones…
Era un apasionado de Dante Alighieri y esperaba, ansioso, la llegada de la quemante siesta correntina para sentarse debajo de un paraíso a leer “La Divina Comedia”…
“¡Oh, los que entráis, dejad toda esperanza…!”
Leía tanto la obra, que se sabía de memoria muchos versos… Y, a veces, sin darse cuenta, recitaba el poema, mientras continuaba la obra prometida.
Y llegó el fin de trabajo, pero sucedió lo inesperado…
El infernal viento norte soplaba sobre los campos goyanos. La siesta. Entonces, llegaron los mensajeros, como ocurrió con su nieta… Sin embargo, ahora, se trataba de su esposa. No hubo milagro. Una extraña enfermedad había terminado con su vida.
“A la mitad del camino de nuestra vida
Me encontré con una oscura selva,
Aquel paraje era intrincado…”
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La depresión se apoderó de Don Lorenzo. Se encerró en el templo, a leer y recitar al Dante. Sus familiares le pedían, inútilmente, que abandonara el encierro; pero, tercamente, obnubilado, él se negaba.
Por las noches, a la luz de un candil, tomaba su pequeño cuchillo, y, como si algo misterioso dirigiera sus manos, tallaba en la madera del altar, ventanas y puertas: dragones, culebras, mujeres libidinosas, rostros alucinados, batracios… un aquelarre artístico, demoníaco…
Don Lorenzo nunca más volvió a su trabajo. Su vida se fue apagando como la luz de su candil. Murió en su prisión recitando los versos del poeta italiano.
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La abandonada capilla sigue en el lugar. Pero casi nadie recuerda a Ntra. Sra. del Buen Consejo. Y por las noches de viento norte, cuando se oye le triste sonido de la campana, los lugareños se santiguan y dicen: ¡La capilla del Diablo!