EL PINO
Por Elsa Lanser de Mendoza:
Añoso pino, testigo de tantas horas mías en que tuve la dicha de encontrarme con Dios, bajo un cielo rojizo de un amanecer cualquiera; aun siento, escucho, veo la presencia de mi compañera de esas horas, cuando con la PALABRA desenredábamos versículos en que la presencia divina se hacia tangible y ya no éramos dos sino tres: Teki, Yo y Dios.
Estuviste siempre allí, te veía desde mi patio y te imaginaba poderoso como un guerrero romano, con tus ramas extendiéndose hacia el firmamento...allí… nadie te movía ni siquiera las ráfagas de las noches de invierno cuando tantas tormentas parecían derrumbarte. Eso me daba miedo, pero al día siguiente estabas allí, erguido, potente, grandioso movido suavemente por la brisa.
Pero una tarde la naturaleza te azotó con todo su rigor y en el estruendo de un rayo te viste de pronto partido en dos. Seguiste firme, resistiendo, mostrándome que nada te podía hacer caer.
Y así te vi….fuerte, y seguí cobijándome bajo tu sombra y admirándote como regalo de Dios, porque a través tuyo lo veía a EL.
Y una tarde cualquiera, de esas en que tu corazón quisiera alejarse de todo bullicio fui a buscarte mi querido pino, y grande fue mi sorpresa cuando vi que muchas de tus ramas estaban secas y allí entendí que esa tarde de tormenta te había matado un poco.
Y hoy cuando miro mi cielo amanecido en colores, trinos, brisas te veo allí, mitad vivo, mitad muerto….corrí y quise que te quedaras grabado en una imagen y es esta
querido pino….pino de mi juventud, de mi adultez.
En ti, querido pino se ve reflejada mi vida. Eres un retrato mío latente en el tiempo.
Añoso pino, testigo de tantas horas mías en que tuve la dicha de encontrarme con Dios, bajo un cielo rojizo de un amanecer cualquiera; aun siento, escucho, veo la presencia de mi compañera de esas horas, cuando con la PALABRA desenredábamos versículos en que la presencia divina se hacia tangible y ya no éramos dos sino tres: Teki, Yo y Dios.
Estuviste siempre allí, te veía desde mi patio y te imaginaba poderoso como un guerrero romano, con tus ramas extendiéndose hacia el firmamento...allí… nadie te movía ni siquiera las ráfagas de las noches de invierno cuando tantas tormentas parecían derrumbarte. Eso me daba miedo, pero al día siguiente estabas allí, erguido, potente, grandioso movido suavemente por la brisa.
Pero una tarde la naturaleza te azotó con todo su rigor y en el estruendo de un rayo te viste de pronto partido en dos. Seguiste firme, resistiendo, mostrándome que nada te podía hacer caer.
Y así te vi….fuerte, y seguí cobijándome bajo tu sombra y admirándote como regalo de Dios, porque a través tuyo lo veía a EL.
Y una tarde cualquiera, de esas en que tu corazón quisiera alejarse de todo bullicio fui a buscarte mi querido pino, y grande fue mi sorpresa cuando vi que muchas de tus ramas estaban secas y allí entendí que esa tarde de tormenta te había matado un poco.
Y hoy cuando miro mi cielo amanecido en colores, trinos, brisas te veo allí, mitad vivo, mitad muerto….corrí y quise que te quedaras grabado en una imagen y es esta
querido pino….pino de mi juventud, de mi adultez.
En ti, querido pino se ve reflejada mi vida. Eres un retrato mío latente en el tiempo.